La experiencia del dolor

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Ya sea que nos taladre la cabeza, nos pinchemos el pie o nos desgarremos la espalda, el dolor nace siempre en el cerebro. El dolor va más allá de una mera experiencia somática. Al tiempo que despierta sensaciones, sucumbe a la fuerza controladora de la mente.

Pongamos el ejemplo de un niño asombrado por el brillo de la nueva placa de la cocina vitro-cerámica. Curioso, acerca su manita a la placa incandescente. ¡Ay! exclama mientras la retira. El dolor le ha avisado. Las lágrimas desaparecen rápido, pero en su memoria se graban las huellas permanentes de este suceso doloroso. Es muy probable que el niño no vuelva a poner la mano sobre una placa incandescente. A pesar de esto, no será ésta la última experiencia parecida, pues el dolor, como la respiración, forma parte de la vida.

Esta alarma corporal resulta imprescindible. Al no percibir el daño corporal en su momento, debemos aprender, con gran esfuerzo, a conocer los peligros. Os voy a remitir a un ejemplo que en su día me consternó. En tiempos de la segunda guerra mundial, dónde a los combatientes se les administraba un derivado de la metanfetamina llamado Pervitin, para que aguantaran las terribles condiciones en las que estaban y no sintieran dolor. Cierta vez, en 1942 en el frente oriental, a 30 grados bajo cero y perseguidos por el Ejército Rojo, medio millar de alemanes extenuados una vez consumida la droga siguieron caminando y caminando, sin darse cuenta que muchos ya habían perdido algunos dedos de los pies.

En definitiva, las sensaciones desagradables que nos transmite nuestro organismo nos avisan de daños que podrían significar una importante amenaza para nuestras vidas.

 

Síntesis histórica del sufrimiento en nuestra cultura

La historia de la humanidad está repleta de sucesos relacionados con el sufrimiento y de incalculables intentos para aliviar el dolor, desde oraciones de carácter religioso, pócimas ancestrales y preparados homeopáticos, hasta llegar a los fármacos sintéticos más actuales.

Haciendo una síntesis muy apretada de la historia humana, cabe mencionar la creencia que mantenía el pueblo griego en relación al dolor, era como un aspecto inseparable y necesario de nuestra existencia. Se diría que el sufrimiento era indispensable para una vida placentera. Para Platón, el dolor era como un castigo para aquellos que se alejaran de la verdad absoluta. Para Aristóteles el dolor da cuenta del desequilibrio entre el cuerpo y el alma; y resistirse a él es un acto de valentía y dignidad. En el cristianismo, se inicia la elaboración racional y pseudocientífica de remedios para aliviar el dolor, bajo una noción de dolor distinta, como la consecuencia de las alteraciones producidas por el hombre en el orden divino. Visto así, sería un camino para el crecimiento personal y la salvación del alma, ligado inseparablemente a la idea de culpa. En el medievo se llega a la magnificación del uso instrumental del dolor. El sufrimiento es inevitable y en ocasiones voluntariamente procurado para diversos fines, a tales extremos que la tortura e incluso las autolesiones se convierten en un hábito común de remisión de culpas, o como castigo o expiación como en el caso de los autos de fe. A partir del renacimiento surge el aún prestigioso método experimental, que ya en nuestros tiempos ha procurado un conocimiento científico de la psicofisiológica del dolor.

 

Una experiencia compleja

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Uno de los modelos teóricos del dolor más extendidos en la literatura psicológica, es la teoría multidimensional del dolor de Melzack y Casey (1968), que está basada en que el dolor está compuesto por tres dimensiones intrínsecamente relacionadas que lo conforman y determinan. Estas son: la dimensión sensorial/discriminativa, la motivacional/afectiva y la cognitiva/evaluativa. Es decir, se pasa de pensarlo como un fenómeno exclusivo a los sentidos, a uno multifactorial. Tanto en su conceptualización, como evaluación e intervención hay que tomar en cuenta todas ellas. 

La primera dimensión (sensorial/discriminativa) se encarga de la detección de las características temporales y espaciales del dolor, así como de la intensidad y ciertos aspectos de la cualidad del dolor. La segunda (motivacional/afectiva), es lo subjetivo del dolor, los aspectos que tienen que ver con el desagrado, el sufrimiento o los cambios emocionales que se producen. Las reacciones emocionales más directamente relacionadas con el dolor son la ansiedad y la depresión. Dado el componente aversivo del dolor se dan conductas de escape o evitación que tienen una especial relevancia para el mantenimiento de las conductas del dolor y la propia experiencia dolorosa. Finalmente, la tercera (cognitiva/evaluativa) tiene que ver directamente con la anterior y hace referencia a las creencias, valores culturales y variables cognitivas, tales como autoeficacia, percepción de control y de las consecuencias de la experiencia del dolor, etc. 

Para tratar de ejemplificarlo imagínate que un día preparando el almuerzo te cortas, sin darte cuenta, con el cuchillo. ¿Crees que te resultaría igual de doloroso que si te ocurriera minutos después de que te hubieran comunicado un jugoso aumento de sueldo? 

Cómo responde nuestro cerebro al dolor

Para ilustrar la manera en que nuestro cerebro responde a esta experiencia, de una manera sencilla, breve y divertida os propongo el siguiente vídeo de la profesora de neurociencias de la Universidad de Toronto, Karen D. Davis (puedes activar los subtítulos en español, si lo prefieres).

Dolor agudo o crónico

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Las categorías más ampliamente utilizadas han sido realizadas en relación a la duración del cuadro. Esto es, a la distinción entre dolor agudo y dolor crónico, que muestran características diferenciales de importante repercusión clínica. Las manifestaciones de los cuadros del dolor agudo guardan una estrecha relación con la lesión orgánica experimentada. Aquí existe una alteración física diagnosticable que explica las dolencias de la persona y su duración es previsible, en la mayoría de los casos, además de responder bien a los tratamientos convencionales. No es así en el dolor crónico. Éste tiene una duración mayor a seis meses y no responde bien a tratamientos convencionales. Por ejemplo: cefaleas, lumbalgias, neuralgias, dolor neoplásico, fibromialgia, etc. Cabe mencionar que un cuadro de dolor agudo incrementa la posibilidad de tornarse en crónico si se prolonga el uso de fármacos y conductas de evitación ya sean físicas o sociales.

Debido a las repercusiones en la vida del paciente y su entorno es muy necesario incorporar un tratamiento psicológico. Basta pensar en que la persona que lo padece ya ha visitado multitud de especialistas, que no logran dar con lo que tiene. Ya está cansada. Sus expectativas de mejora se van debilitando y así su estado de ánimo. Es por ello que suelen aparecer cuadros depresivos y ansiosos que en muchas ocasiones, les requiere incorporar tratamientos psiquiátricos. Por si fuera poco, suelen aparecer otras áreas alteradas como el sueño o las relaciones sociales. ¿Qué pasa?, que se reducen las actividades placenteras incluyendo aquellas que tienen que ver con su apoyo social, aumentando así la queja y la posibilidad de adquirir estrategias adecuadas de afrontamiento del dolor. Todo esto mantiene y agrava aún más el problema.

Proceso de evaluación del dolor e instrumentos

Tanto el diagnóstico como el tratamiento dependen fundamentalmente de una evaluación exhaustiva, detallada y multicomponente, mediante diversos instrumentos de medida. Para cubrir una evaluación más conductual del dolor crónico se suelen utilizar:

  • Entrevista

  • Auto-observación y auto-registro (Dentro de los más utilizados tenemos las escalas de medidas (numéricas, verbales o análogo-visuales) que informan de sus parámetros y nos permiten contrastar su tratamiento.

  • Cuestionarios (El cuestionario de dolor de McGill (Melzack, 1975) es uno de los más utilizados, basado en la “Teoría de la Puerta”de Melzack, está diseñado para facilitar un índice de dolor para cada una de sus 3 dimensiones (sensorial-discriminativo; motivacional-afectivo y cognitivo-evaluativo). Sin embargo, la versión española con mejores características psicométricas es la de Lázaro, Bosch, Torrubia y Baños realizada en 1994.

  • Registros psicofisiológicos. Se recomienda especialmente en los casos de cefaleas y lumbalgias y hemos de plantear el entrenamiento en biofeedback como parta del tratamiento.

No se precisa hacer uso de todos estos, es más, se recomienda no abusar calibrando la relación coste-beneficio (en tiempo y molestias) y no olvidar la información médica. Además, una historia completa del dolor debe abordar aspectos relevantes como: 

La percepción que tiene el paciente de su propio dolor (descripción de su curso, duración, intensidad, frecuencia y localización). Esto nos ayudará a configurar el alcance del cuadro mediante información muy relevante. 

Los factores que desencadenan, aumentan o disminuyen la tolerancia al dolor (discusiones familiares, el aumento de preocupaciones, las vacaciones, tener relaciones sexuales, etc.). Hay que intentar determinar las variaciones tanto en intensidad como en frecuencia, es decir, sus relaciones funcionales. 

Las consecuencias del dolor, es decir, hasta qué puntos los problemas actuales interfieren en la vida del paciente alterándola.

Las formas de afrontamiento, ósea, las estrategias que ha realizado el paciente voluntariamente como modo para reducir su dolor. Entre ellas, resaltar tratamientos anteriores que ha llevado a cabo y su grado de efectividad, el uso del alcohol u otro tipo de drogas psicoactivas. 

Las conductas de dolor, es decir, las expresiones que sugieren la presencia del dolor, pueden ser verbales, a través de quejas o petición de analgésicos, o no verbales como ciertas expresiones faciales o gestos. Hay que valorarlos ya que contribuyen como factores mantenedores. 

La presencia de trastornos psiquiátricos, así como el perfil de respuesta que recibe la persona aquejada por parte de su entorno social, y la historia laboral. 

La motivación del paciente ante una intervención psicológica, que tendrá en cuenta el contenido de sus pensamientos y actitudes acerca del dolor. 

 

Tratamiento del dolor crónico


El tratamiento psicológico se ciñe, por el momento, al dolor crónico. Ya que, en general los recursos médicos y farmacológicos son suficientemente eficaces para el abordaje del dolor agudo, dadas las características comentadas anteriormente.

El tratamiento tiende a los siguientes objetivos:

  • Proporcionar información sobre los factores que disparan, aumentan o disminuyen la experiencia de dolor, así como distintas estrategias de afrontamiento (psicoeducación)

  • Aumentar la actividad física hasta un nivel adecuado

  • Reducir la medicación referente al problema del dolor, incorporando otras técnicas de relajación y/respiración

  • Aumentar la capacidad de afrontar las tareas de la vida cotidiana, entrenando distintas habilidades tales como; la solución de problemas, la asertividad y/o la gestión de emociones

  • Mejorar las relaciones interpersonales no permitiendo que el dolor se convierta en la base de su comunicación

  • Reducir las conductas del dolor

  • Modificar la atención centrada en el dolor en sí mismo

El yoga, las terapias cognitivo-conductuales, los antidepresivos, la estimulación cerebral profunda (DBS) y la simpatectomía son cinco opciones propuestas en la revista Scientific American, para tratar el dolor crónico con evidencia empírica. 

Ahora, para finalizar, os queremos proporcionar una invaluable recurso de libre acceso elaborado por la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor, conocida por sus siglas en inglés IASP (International Association for The Study of Pain)Es una guía bastante completa que nos ayudará a manejar mejor el dolor, sobre todo en aquellos con bajos recursos. Esperamos que os sea de gran utilidad.

DescargarGuía para el Manejo del Dolor en Condiciones de Bajos Recursos


Por Karemi Rodríguez Batista para Psyciencia

Referencias:

  • Aparicio, D. (2014). 5 tratamientos para el dolor crónico. Disponible en https://www.psyciencia.com/2014/14/5-tratamientos-para-el- dolor-cronico/

  • Bromm, B. (2004). El origen del dolor. Mente y Cerebro; 6, 20-27.

  • Chóliz, M. (1994): El dolor como experiencia multidimensional: la cualidad motivacional-afectiva. Ansiedad y Estrés; 0, 77-88.

  • La experiencia del dolor. (2007). En Enciclopedia de la Psicología (Vol. 6, 55-86 pp.). España: Océano.

  • Lázaro, C., Bosch, F., Torrubia, R. y Baños, J.E. (1994). The development of a spanish questionnaire for assessing pain: preliminary data concerning reliability and validity. European Journal of Psychologycal Assessment; 10, 145-151.

  • Melzack, R. (1982). Recent concepts of pain. J Med. 13(3), 147-160.

  • Melzack, R. y Casey, K.L. (1968). Sensory, motivational, and central control determinants of pain. A new conceptual model. En D. Kenshalo (Ed.): The skin senses. Springfield: Charles C. Thomas.

  • Melzack, R. (1975). The McGill Pain Questionnaire. Major properties and scoring methods. Pain; 1, 227-299.

  • Paterson, T. (2015). Hitler's all-conquering stormtroopers 'felt invincible because of crystal meth-style drug Pervitin'. Disponible en http://www.independent.co.uk/news/world/europe/hitlers-all-conquering-stormtroopers-felt-invincible-because-of-crystal-meth-style-drug-pervitin-10499087.html

Karemi Rodríguez BatistaTCC